Candela y el fugitivo by Adrián Aragón & Miguel Aragón

Candela y el fugitivo by Adrián Aragón & Miguel Aragón

autor:Adrián Aragón & Miguel Aragón [Aragón, Adrián & Aragón, Miguel]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2021-11-29T00:00:00+00:00


21

Un semáforo en rojo le da el alto a Candela dos calles antes de internarse en las inmediaciones de la ciudad universitaria. La Facultad de Ciencias de la Información, situada en el campus de Moncloa, es uno de los referentes universitarios en comunicación, concurrida y solicitada tanto por estudiantes de todo el país como por extranjeros. Hay mucho movimiento de gente en los alrededores. A la detective le consta que va a ser complicado encontrar algún hilo del que tirar, pero gracias a Yolanda Serra, tienen el contacto de Marta, la amiga especial de Samuel Arellano.

—Esta chica no contesta el teléfono, Candela. No hay manera. —Martín, sentado en el asiento del copiloto, intenta una y otra vez contactar con Marta, sin resultados.

—No te agobies, Zumaia. Imagínate cómo estará la pobre, menudo berenjenal… Llama a Yolanda, que le dé nuestro número y que nos llame ella. A la llamada de Yolanda seguro que responde.

La espesa barba blanca de Martín resalta el gesto de aceptación que trazan sus labios y busca el contacto de la señora Serra antes de ponerse el móvil en la oreja.

—¡Joder! Ahora, a ver dónde aparco… —se queja Candela, mirando en todas direcciones sin ver ningún hueco libre.

Da varias vueltas mientras Martín le explica a Yolanda el problema que tienen con Marta.

—Dice que le avisa ahora mismo, que si en quince minutos no hemos hablado con ella, que la vuelva a llamar.

Candela asiente y le da una palmada al volante, frustrada por dar vueltas sin sentido. Tiene muchas ganas de encontrarse con la chica, le parece que pueden conseguir, si no algo importante, al menos una pista fiable para poder empezar. Con la mirada atenta al movimiento del tráfico, Candela va haciendo repaso mental de todo lo que Yolanda les refirió en el despacho y sigue sin parecerle coherente que el chico hubiese huido. En un principio, tal vez, por la conmoción. En un estado de estrés tan grande como el que se supone en una situación impactante, como es encontrarse con un cadáver, no se puede saber cómo va a reaccionar la persona. «Sí, puede ser lógico que huyese, pero ¿por qué sigue escondido?», se pregunta.

—Mira, allí. —Martín señala un hueco al fondo de la calle y, antes de que Candela llegue, es ocupado por otro vehículo.

—¡Mierda! No hay cosa que más me reviente que buscar aparcamiento. Tendríamos que haber venido en taxi, coño.

La mujer, nerviosa, se rasca el cortísimo cabello de la nuca mirando con odio al conductor del otro coche, que no repara en los brillantes ojos negros que lo atraviesan a través de la luna delantera.

—¿Por qué no usas mi plaza? Está a unos veinte minutos a pie del campus, pero no nos viene mal un paseíto mientras esperamos a que nos llame Marta.

El complejo residencial Galaxia, donde Martín tiene su domicilio, dispone de un amplio parking para residentes. A Candela no le apetece en absoluto caminar después de la vuelta que se han dado, pero se convence de que será la única forma de conseguir dejar el coche en algún sitio.



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